En la era de la hiperconectividad, el deporte ha dejado de ser únicamente una competencia atlética para convertirse en un fenómeno mediático. Esta transformación ha tenido un impacto profundo en el rendimiento de los deportistas, quienes hoy compiten no solo en la cancha, sino también en las pantallas y redes sociales.
Los medios de comunicación amplifican cada jugada, cada gesto y cada palabra. Esto puede ser una ventaja, cuando sirve para visibilizar logros o inspirar a nuevos talentos, pero también representa una presión constante para los atletas. El escrutinio público puede afectar la concentración, aumentar la ansiedad e incluso condicionar el desempeño.
Además, la necesidad de “espectacularizar” el deporte ha generado una narrativa que prioriza el show por sobre la táctica o el mérito. Las transmisiones televisivas, los resúmenes y las redes muchas veces destacan lo anecdótico o polémico, restando atención a aspectos técnicos o formativos.
En deportes como el fútbol, la influencia de los medios puede alterar incluso la planificación de los entrenadores, que deben considerar horarios impuestos por la televisión o adaptarse a una sobreexposición mediática que impacta en la intimidad del vestuario.
Por otro lado, los medios también cumplen un rol positivo. La cobertura puede generar recursos, atraer patrocinadores y fomentar el desarrollo de disciplinas menos populares. El problema no está en la mediatización en sí, sino en cómo se gestiona y equilibra con el bienestar y el rendimiento de los deportistas.
En conclusión, el deporte moderno vive entre el rendimiento y el espectáculo. Encontrar un punto de equilibrio donde la visibilidad mediática no sacrifique la salud ni la esencia del deporte es uno de los grandes desafíos de esta era.